Ante el repunte de los precios, el Gobierno continúa tomando medidas económicas basadas en un populismo ideológico propio del siglo pasado.
La inflación, que hace solo un año se situaba en términos negativos por el freno de la actividad económica, alcanza en estos momentos sus tasas más elevadas de los últimos 30 años. Lo que era una situación transitoria ha pasado a ser la principal preocupación de los presidentes de los bancos centrales, que intentan modular su cambio de postura y el tono de su respuesta.
Por primera vez en la historia, los bancos centrales no miran de cara a la inflación, sino que van por detrás de ella. Noruega e Inglaterra ya han subido ligeramente sus tipos y la FED ha anunciado tres subidas de tipos a medio plazo, además de reducir significativamente su programa de compra de bonos. Sin embargo, el BCE ha decidido mantener los tipos por considerar la inflación transitoria, aunque ha iniciado la reducción de la compra de deuda.
En los mercados de valores, la gestión de expectativas es un factor fundamental para evitar reacciones violentas y a dicha gestión se aplican las autoridades monetarias de todo el mundo. Las Bolsas han reaccionado al alza ante estos anuncios, contrariamente a lo que podría esperarse, reconociendo el consenso sobre la necesidad de que los bancos centrales actuasen ya sobre el llamado impuesto de los pobres.
No es de extrañar la prudencia con la que se gestiona el cambio de entorno. La subida de los precios, junto a la pérdida del trabajo, son los problemas económicos que mejor perciben y sufren los ciudadanos, generando inestabilidad social y política. La hiperinflación de los años veinte en Alemania dio lugar al surgimiento del nazismo. En nuestro país, los Pactos de la Moncloa desligaron los salarios de la inflación pasada para frenar una subida de precios que alcanzo el 23% y que ponía en entredicho la transición política.
Las crisis de inflación de los años 70 y 80 se debieron a shocks de oferta negativos, dando lugar al aumento de los precios del petróleo, utilizado como arma política por los países de la OPEP. Cuando en 1983 la inflación llegó al 6,8% publicado para noviembre de este año en EEUU, los tipos de interés subieron al 15%. En épocas más recientes y durante los últimos 20 años, las políticas monetarias expansivas del BCE han permitido que la inflación se haya medido en décimas y ha sido negativa en algunos momentos. Los shocks de oferta positivos y la incorporación de China a la Organización Mundial del Comercio ayudaron también a este proceso.
De repente, el paraíso de crecimiento sin inflación se ha roto. En este momento, sufrimos un shock de demanda positivo por la fuerte recuperación de la demanda de bienes y servicios, por ejemplo, en hostelería y turismo, tras meses de demanda embalsada por las restricciones a la movilidad. Esta demanda, ya podría estar viéndose afectada por la creciente inflación, como parece indicar el ultimo dato de consumo en EEUU con un crecimiento de tanto solo un 0,3%. El ahorro por precaución sería la respuesta de los consumidores antes el nuevo escenario de precios.
Sufrimos también una inflación de costes derivada por un lado del estrangulamiento de las cadenas de suministro por razones técnicas, los productores redujeron su actividad ante las fuertes caídas iniciales de la demanda, así como por razones geopolíticas, por los elevados precios del petróleo y del gas, mercados controlados por la OPEP y Rusia principalmente. A los carteles tradicionales de gas y petróleo, se une el estrangulamiento en la producción de todos los inputs intermedios como los microchips que tiene su origen en China. El estrangulamiento de la oferta tiende a corregirse progresivamente, pero supondrá probablemente un periodo de dos o tres años de mayor inflación.
Empezamos a sufrir igualmente el impacto de los costes derivados de la transición ecológica hacia una economía con menores emisiones de carbono. Los frenos a la producción de energías de origen fósil van a ser sentidos muy directamente por los ciudadanos.
La inflación de segunda vuelta, la causada por los incrementos de salarios y productos finales, está a la vuelta de la esquina, a pesar de que los sindicatos, debidamente anestesiados, probablemente hablaran de hacer sacrificios en las subidas salariales.
Este nuevo escenario, con inflación de diversos orígenes, se produce en un momento en que los tipos de interés reales negativos, tipos de interés nominales menos inflación, se sitúan en un terreno desconocido, con los mayores diferenciales nunca vistos. Las decisiones que deben tomar los bancos centrales son muy delicadas. Normalmente cuando hay exceso de demanda de un bien, el dinero en este caso, hace falta subir los precios, los tipos de interés, para frenar dicha demanda. Si esto supone que los tipos se van a situar por encima de la inflación, el impacto en las valoraciones de los activos físicos o de las bolsas puede ser demoledor. Afortunadamente para muchas familias, la gran mayoría de hipotecas están a tipo fijo con pagos mensuales muy reducidos y se podrá evitar el colapso que se produjo en 2008.
Las respuestas políticas también son críticas para suavizar o ahondar el problema. El coste político que genera la insatisfacción social por la pérdida del poder adquisitivo siempre es muy elevado. Sin embargo, nuestro país toma medidas basadas en un populismo ideológico propio del siglo pasado. Sigue aumentando el gasto público no productivo, se apoya la subida del SMI y se debate una reforma laboral que supone mayores restricciones a la contratación.
La inflación desgraciadamente se va a escribir con números enteros, no se preocupen por los decimales.